Washington. Sentado entre dos de los vagones del tren de
carga mexicano conocido en América Latina como La Bestia, José Luis Hernández
se quitó los zapatos buscando alivio a la hinchazón en sus pies tras una
travesía de 20 días a la intemperie como polizón.
Exhausto, se desmayó y cayó debajo del tren en marcha. Una a
una, el metal implacable del tren le cercenó en segundos no solo tres
extremidades, sino también su meta de emigrar a Estados Unidos para conseguir
un trabajo que sacara de la pobreza a él y a su familia en Honduras.
"Me desperté y el tren ya me había mutilado la pierna
derecha", relató durante una entrevista reciente. "Quise sacar mi
pierna mutilada con mi brazo derecho y también me lo cortó. Y en segundos quise
sacar mi brazo derecho con mi mano izquierda y también me mutiló tres dedos de
mi mano izquierda".
Hernández recuerda que inmediatamente después del accidente
que sufrió cuando apenas tenía 17 años quedó tendido sobre las vías
ferroviarias, aturdido y desorientado.
"Me pasaron por encima como 50 vagones. Pero no perdí
el conocimiento. Miraba los chorros de sangre que salían de mi cuerpo y los
músculos que se movían de manera extraña. Terminó de pasar el tren y yo quería
pararme, pero mi mente no aceptaba la idea de que los había perdido. Entonces
solo pude sentarme", narró Hernández mientras miraba al vacío y sus ojos
se humedecían.
El recuerdo del ruido ensordecedor de los vagones que le
pasaron por encima de manera interminable aquel día fatídico aún lo pone
literalmente a temblar. Probablemente hubiese muerto de no haberse caído cerca
de la ciudad mexicana de Delicias, Chihuahua, permitiendo que un buen
samaritano que pasaba por la zona se apiadara de él y lo llevara a tiempo a un
hospital cercano.
Hernández, de 29 años en la actualidad, junto a cinco compatriotas
también mutilados por La Bestia, logró ingresar a los jardines de la Casa
Blanca la mañana del miércoles para presenciar el encuentro del papa con el
presidente Barack Obama, tras una espera de cinco horas durante la madrugada.
"Fue muy emocionante estar allí dentro. Nos da más
esperanzas de lograr nuestro objetivo: reunirnos con Obama", dijo.
"Tuvimos a 30 metros a las dos personas más influyentes del mundo, quienes
pueden cambiar la crisis migratoria diciendo a nuestros gobernantes que generen
empleo para que uno no se vea obligado a arriesgar la vida saliendo de su
país", señaló.
Buscamos frenar la migración desde nuestros países. Que la
gente no se tenga que venir sin tener que arriesgar la vida. Nosotros podemos
al menos contarla. Pero otros murieron o están desaparecidos", declaró
Hernández, quien junto con sus compatriotas lisiados desde el 14 de septiembre
pasan el día en la plaza Lafayette, ubicada justo al frente de la Casa Blanca.
Dijeron que se irán después del encuentro entre el Papa y Obama.
"Las personas son millonarias por el simple hecho de
estar bien físicamente. Que valoren lo que tienen. Luchen en su propio país sin
necesidad de arriesgar su vida y correr la misma suerte que yo", expresó
Hernández. "Cuando yo estaba físicamente bien pude haber hecho muchas
cosas sin necesidad de arriesgar mi vida para llegar a este país. Hoy ya es
demasiado tarde".
Hernández recuerda que sus padres le habían suplicado entre
lágrimas que no se fuera a Estados Unidos a bordo de La Bestia, pero persistió
empujado por la miseria que lo llevó a trabajar desde los siete años de edad.
Partió de El Progreso, la ciudad hondureña a la que su
familia emigró desde que el huracán Mitch destruyera el humilde sembradío
familiar en 1998 y donde cada vez le costaba más conseguir empleo ocasional de
jornalero. Tomó el tren en la frontera de Guatemala y México, con destino a
Estados Unidos.
El año siguiente al accidente solía llorar varias horas al
día hasta quedarse dormido, abrumado no solo por el dolor físico sino por la
angustia que le causaba la idea de volver a su país.
"No quería que mis amigos y mi familia me vieran así
como quedé. No es fácil regresar otra vez a las mismas condiciones de vida por
las que migré, regresar a la misma miseria y ahora peor, con
discapacidad", señaló el hondureño.
Al regresar a Honduras sus parientes y amigos lo recibieron
con una fiesta y una pancarta de "Bienvenido", pero en esa época nada
lo consolaba.
Recuerda que al volver a casa pasó un rato en su habitación
buscando sobreponerse al dolor de reencontrarse con la guitarra que había
tocado desde niño y cuando salió en busca de sus parientes, los encontró
llorando juntos en otro recinto, conmovidos por las condiciones en que él había
regresado.
Pero Hernández asegura haber superado la depresión y
encontrado paz en su corazón pese a su desgracia, gracias a la fe en Dios que
su familia cristiana siempre le inculcó.
Actualmente reside en Maryland. Hace poco recibió un permiso
temporal de residencia por razones humanitarias mientras gestiona un asilo para
quedarse en Estados Unidos porque asegura que en su país las personas
discapacitadas "somos un cero a la izquierda".
Su esperanza es poder dedicarse a cantar música religiosa y
dictar conferencias para que "los no convencidos vean por qué uno
migra".
"Yo quisiera subir al edificio más alto y gritar a voz
en cuello esta desgracia que enfrentan los inmigrantes para llegar a Estados
Unidos. Si alguien tiene la solución para evitar eso, hay que buscar esa
solución para evitar más desgracias", indicó. "Me arrepiento una y
mil veces (de haber subido al tren). Uno ve los riesgos pero nunca piensa que
le puede pasar a uno algo así."
INFORMACIÓN. jornada.unam.mx
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